Con
la entrada en escena de las aerolíneas “low cost”, el gobierno nacional
prevé imprimir otro dinamismo a las comunicaciones nacionales, ya que
se pondrían en contacto localidades que hasta el momento no tenían
conectividad entre sí. Sin embargo y más allá de las objeciones de
quienes advierten una suerte de puñalada por la espalda para Aerolíneas
Argentinas, la incorporación disimula mal la carencia de una política
integrada de transportes y soslaya la enorme contribución de la aviación
civil al calentamiento global.
Quienes en los 90 se opusieron a la privatización de los ferrocarriles
se basaron en muchísimos argumentos pero en la actualidad puede sumarse
uno de peso considerable, al constatarse el carácter pernicioso del
cambio climático y su vinculación directa con la emisión de gases de
“efecto invernadero”.
A la luz de la crisis energética que padece la Argentina, reabrir los ramales ferroviarios permitiría poner en práctica un ahorro significativo de combustibles, cuando no sólo en el país sino en todo el mundo, la extracción de petróleo y la producción de sus derivados tiende a disminuir. En definitiva, la reactivación ferroviaria en manos públicas presenta ventajas por donde se la mire.
A la luz de la crisis energética que padece la Argentina, reabrir los ramales ferroviarios permitiría poner en práctica un ahorro significativo de combustibles, cuando no sólo en el país sino en todo el mundo, la extracción de petróleo y la producción de sus derivados tiende a disminuir. En definitiva, la reactivación ferroviaria en manos públicas presenta ventajas por donde se la mire.
Se sabe que la toxicidad que provoca el
transporte por rutas, autopistas y calles va de mal en peor. Hay quienes
afirman que el consumo de combustibles fósiles por parte de los
automotores se convertirá en pocos años en el principal foco emisor de
gases de efecto invernadero. Como contrapartida, la contaminación que
aporte el ferroviario es relativamente insignificante, inclusive si se
contabiliza la polución que resulta de la generación de energía
eléctrica.
Ya en 1985, en el Congreso de la
Asociación Panamericana de Ferrocarriles se intentaba poner de relieve
que al optar por el tráfico ferroviario, se disminuía en forma
considerable la contaminación. Asimismo, la utilización masiva de
ferrocarriles presenta ventajas en términos de ahorro energético y de
seguridad vial. En definitiva, la puesta en marcha de los principales
ramales ferroviarios que se cerraron durante los 90, mejoraría la
calidad de vida de los argentinos desde varias perspectivas.
Una década después, con datos más
avanzados en relación a la problemática del cambio climático, el
Congreso Panamericano de Ferrocarriles sesionaba bajo el ilustrativo
lema de “Protejamos el planeta, es el único que tenemos”. En fin, si no
del todo inocuo porque esa calidad no existe para prácticamente ninguna
actividad humana, se considera que el ferrocarril es la metodología de
transporte más coherente si el objetivo es preservar el medioambiente.
En otro orden, quedó a la vista a través
de múltiples demostraciones que el “mercado” falló a la hora de asignar
en forma equitativa bienes y recursos. En el rubro ferroviario, la
política de privatizaciones y concesiones se devoró decenas de miles de
kilómetros en la Argentina y sumió en la desesperación a cerca de 900
pueblos. Obviamente, la ausencia del Estado no podrá garantizar el
disfrute del medioambiente del cual habla la Constitución.
Si están en juego bienes comunes como el
aire y su calidad, la preservación del suelo, la conservación de los
bosques, ríos y minerales, entre otros, será decisivo tomar una decisión
soberana en esta materia. No está de más recordar que a pesar de la
vigencia de las concesiones, el Estado es el propietario de todas las
infraestructuras significativas. No sólo de las líneas férreas, sino
también de las rutas, sean nacionales o provinciales. Las vías
navegables, tanto fluviales como marítimas, también son patrimonio
común, es decir, estatal. Por eso, es obligación ineludible de los
sucesivos gobiernos que pasan por la administración del Estado, velar
por su preservación, mantenimiento y reparación. Los bienes nacionales
no se pueden enajenar, es el Estado y jamás el “mercado” quien debe
resguardar las infraestructuras que son públicas.
En la Unión Europea se elaboró un
trabajo que buscó calcular el costo de los perjuicios que provoca el
transporte que circula por la superficie. En el ítem costos ambientales,
el informe incluyó accidentes de tránsito, embotellamientos,
enrarecimiento de la atmósfera y ruidos, los que son provocados tanto
por el transporte carretero, como por el ferroviario y la navegación
interior. Pero a partir de ese diagnóstico, las doce administradoras
ferroviarias de la UE demandaron una política conjunta de transporte.
Si se utilizara en la Argentina la misma
metodología, se tendrá que el déficit que produce el transporte
automotor asciende a 7.677 millones de dólares por año, es decir, el 10
por ciento del PBI. Ese déficit es 10 veces superior al ferroviario
antes de los 90. Si el ferrocarril circulara, los fletes estarían 40 por
ciento más baratos, según calculan los expertos. He ahí una manera
inequívoca de distribuir riqueza. No sólo hay que fortalecer al Tren
Patagónico entonces, a los demás también.
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