jueves, 20 de julio de 2017
El pueblo ferroviario que logró el regreso del tren
Durante meses, el tren pasaba de largo por Saavedra. Pero la lucha y tesón de sus habitantes consiguieron que volviera a hacerlo.
Pueblo bien ferroviario, con la erre bien arrastrada.
Con 700 personas trabajando y ocho carriles de vías, cuando el ferrocarril era el principal medio de comunicación en la Argentina, la de Saavedra era una de las estaciones de tren más importantes de toda la provincia, por detrás de la de Ingeniero White y la de Olavarría.
Inaugurada en 1884, fue una playa de formación y distrubición de trenes, contaba con talleres y depósitos de locomotoras y de mercancías, además de personal de máquinas, de estación y cuadrillas de trabajo. Desde sus ocho vías se desviaba el tráfico hacia lugares como Bahia Blanca, Constitución, Carhué, La Pampa o Córdoba. Vio su mayor esplendor a mitades del siglo pasado, siendo el antepuerto de White, hasta que en los 70 comenzó a sentir los coletazos de la economía y en los 90 sufrió el golpe final de la mano de la frase “ramal que para, ramal que se cierra”. Así es como el día de hoy, hay tan solo una persona en la estación, y dos bajabarreras.
En Saavedra todos, absolutamente todos, tienen o tuvieron un familiar que trabajó en ferrocarriles: cuentan que cuando los chicos cumplían 18, el padre ferroviario ya los inscribía para que pudieran entrar en la empresa, ya fuera en esta localidad o en cualquier otro lugar del país. Era una especie de pase de posta, de continuar con la tradición familiar y de asegurarles el futuro a sus hijos.
Entonces, para cada uno de los habitantes de esta población de poco más de 2 mil habitantes, el tren es cuestión de identidad. Si no, de otra manera no se puede explicar que sus vecinos decidieran hacer piquetes y detener el paso del tren durante más de tres meses, cuando desde la gobernación bonaerense se determinó que la población dejara de ser una parada obligatoria del servicio Bahía Blanca-Constitución y viceversa. Y lograron que esa orden se revirtiera: el martes pasado, la formación volvió a detenerse para subir y bajar pasajeros.
“Saavedra fue siempre ferroviario, y la mayoría de su población lo fue -cuenta, orgullosa, la pensionada del gremio La Fraternidad, Edith Rojas de Bailoff, viuda de un garitero y Pochi para todo el mundo-. Acá, mientras hubo ferrocarril, hubo empleo; hasta un consultorio médico ferroviario teníamos”.
Reconoce que detener el tren todos los domingos durante meses fue una especie de quijotada que pudo sostenerse gracias al acompañamiento la paciencia y el tesón de su gente, ya que “sabíamos que cada día estábamos un poco más cerca”.
Razones para haber sostenido esa protesta hay muchas. Para el maquinista jubilado Humberto Ibaldi “un pueblo sin tren es un tren que no tiene nada”. A más de 20 años de su retiro -después de 34 de servicio- todavía le cuesta hablar de la lenta agonía que sufrió el ferrocarril en las últimas décadas, o de la lucha que emprendió Saavedra para no dejar de estar en el mapa ferroviario.
“En los últimos tiempos, por acá pasaba el famoso tren chino, y ni siquiera podíamos ver cómo era adentro. En un primer momento nos dijeron que iba a parar, y después que lo iba a hacer el mes siguiente; y así pasó el tiempo, sin que se detuviera. La gente se cansó y dijo 'para o lo paramos'”, recuerda.
Fueron noches de domingo frías, con heladas, viento y lluvia. Del piquete siempre participaron unas 20 personas, apostadas contra una garita a unos 200 metros de la estación, con banderas y carteles, firmes en su pedido; la formación se detenía a una distancia prudencial y retomaba camino cuando la manifestación se disolvía.
“Llegamos a pararlo una hora -cuenta Horacio Bonetti, nieto del primer maquinista que tuvo Saavedra, el inglés William Bullock-. Fue muy duro para algunos, pero ahora tenemos de nuevo al tren. Creo que hemos llegado a un final feliz”.
En los últimos años, sobre todo después de la creación de la cárcel, por día arriban y se van entre 30 y 40 pasajeros desde y hacia Capital Federal. Cuando el servicio estaba cortado, esa gente debía bajar en Pigüé o Tornquist, y por sus propios medios debía viajar hacia Saavedra, distante a 25 y 40 kilómetros, respectivamente.
“Le pusimos el pecho a la situación -repite Pochi-. Somos gente de este pueblo, nacidos y criados acá, y tenemos muchos recuerdos que nos obligaban a mantener la esperanza y a pelear por lo que tuvimos. Logramos algo que parecía imposible”.
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