Tenemos por costumbre pensar que para
ganarnos las cosas debemos esforzarnos y luchar por ello hasta conseguirlo, y
de esta forma, obtener el resultado que queríamos.
Sin embargo, a veces nos dedicamos en
cuerpo y alma a algo que en realidad no tiene futuro, pero nosotros lo queremos
y por ello insistimos. Que una vez lo hayamos conseguido o dos o tres, no
significa que siempre vaya a ser así. Hay ocasiones, donde un gran
esfuerzo y sacrificio no suponen una victoria. Simplemente, no ha tenido
que darse de esa forma. Y por tanto, debemos saber aceptarlo.
No es malo rendirse. Se trata de
entender que tú, como todo el mundo, tienes límites, aunque no los
quieras ver. A veces, sabes que es no, pero insistes para que se
convierta en un sí, porque un improbable no es lo mismo que un
imposible.
A lo mejor, tras dedicarle tu tiempo, sudor y lágrimas, en
realidad no te acaba llenando o no es lo que querías, porque te has
centrado en conseguirlo, pero no en pensar que vendría después.
Estar centrado demasiado tiempo en un
plan, en un camino concreto o en un objetivo, sin dar pie a que nada te
interrumpa, provoca que, seguramente, te pierdas nuevas oportunidades
y experiencias.
Es bueno tener objetivos
y aspiraciones, querer conseguir todo lo que nos proponemos. Lo malo es
centrarse únicamente en ello y no ver más allá. Hay que saber aceptar la vida tal y como nos viene.
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